ESTOS SON VEINTE DE LOS MEJORES POEMAS DE TOMAS PARA 20/20

junio 27, 2010

4. M. C. ESCHER

Ojo, 1946
Manos de dibujo, 1948
Cascada, 1961
Ascendiendo y descendiendo, 1960
Límite Circular III, 1959
Belvedere, 1958
Print Gallery, 1956
Relatividad, 1953
Charco, 1952
Superficie Ondulada, 1950
Gota de rocío, 1948
Planetoide Tetraédrico
Espejo Mágico, 1946
Balcón, 1945
Reptiles, 1946
Sitll life and street, 1937
Nieve, 1936
Mano con reflejo, 1935
Castrovalva, 1930
Infant Arthur Escher, 1929 Maurits Cornelis Escher (Leeuwarden, 1898): Especialista en grabados, xilografías, litografías y en crear universos extraordinarios.
*Para ver más imágenes del artista, pueden visitar:

mayo 26, 2010

3. YORGOS SEFERIS

VIII ¿Qué buscan en su viaje nuestras almas? apiñadas en cubiertas de barcos inservibles junto a mujeres macilentas y niños llorando sin hallar siquiera olvido en los peces voladores ni en las entrellas adonde apuntan los mástiles, consumidas por discos de gramófonos ligadas sin quererlo a cumplidos inexistentes musitando jirones de cavilaciones en lenguas extrañas. ¿Qué buscan en su viaje nuestras almas en podridos leños por el mar de puerto en puerto? Removiendo piedras quebradas, respirando la frescura del pino con más dificultad cada día, nadando en las aguas de este mar y de aquel mar, sin contacto sin gentes en una patria que no es ya nuestra ni vuestra. Lo sabíamos, las islas eran hermosas por aquí cerca donde tanteamos, algo más abajo o más arriba, a una distancia mínima. X Nuestra tierra es cerrada, todo montañas, con un cielo bajo por techo día y noche. No tenemos ríos ni pozos ni manantiales, sólo algunas cisternas, y vacías, que retumban y a las que veneramos. Un eco estancado y seco, como nuestra soledad, como nuestro cariño, como nuestros cuerpos. Nos extraña que hayamos podido antes levantar nuestras casas, nuestras chozas y majadas. Y nuestras bodas, las coronas lozanas y los dedos se tornan enigmas ensolubles para el alma. ¿Cómo han nacido y crecido nuestros hijos? Nuestra tierra es cerrada. La cierran dos Simplégades negras. En los puertos, cuando bajamos el domingo a respirar, vemos iluminarse en el crepúsculo maderos rotos de viejes inconclusos, cuerpos que ya no saben cómo amar.
XVI
En la Curva, en la Curva, otra vez en la Curva!
¡Cuantas vueltas, cuántos giros sangrientos,
cuántas filas negras, las gentes que me miran!
Que me miraban cuando montado en el carro
alcé, resplandeciente, el brazo y me aclamaron.

La espuma de los caballos me salpica
¿cuándo van a cansarse los caballos?
Cruje el eje, el eje abrasa ¿cuándo arderá el eje?
¿Cuándo se romperán las riendas?
¿cuándo pisarán de lleno las herraduras la tierra,
la blanda hierba entre amapolas, donde tú
en primavera recogiste una margarita?
Tus ojos eran hermosos, pero no sabían dónde mirar
ni tampoco sabía yo dónde mirar, yo, sin patria,
aquí luchando ¿por cuántas vueltas?
sintiendo flaquear sobre el eje mis rodillas,
sobre las ruedas, sobre la pista salvaje.
Las rodillas flaquean enseguida si los dioses quieren,
nadie se escapa, ¿de qué sirve la fuerza? no se puede
escapar del mar que te acunó y al que acudes
en esta hora de lucha en medio del jadear de los caballos,
con aquellas cañas que al estilo de Lidia cantaban en otoño
al mar que por mucho que corras no hallarás,
por más vueltas que des ante las enlutadas Euménides hastiadas ya,
sin remisión.
XIX Aunque sople el viento no nos refresca y sigue siendo estrecha la sombra de los cipreses y todo alrededor, cuestas en las montañas. Nos abruman los amigos que no saben ya cómo morir. De Mythistorima CARTA A MATÍAS PASCAL Los rascacielos de Nueva York no conocerán jamás el rocío que cae en Kifisiá pero las dos chimeneas que me gustaban en el extranjero, detrás de los cerdos, vuelven otra vez cuando veo los dos cipreses asomar por encima de la iglesia que tú sabes y que tiene pintados unos condenados tostándose en el fuego y el hollín. Durante todo Marzo el reúma machacó tu gentil figura y en verano tuviste que ir a Esipsós. Cómo pelea, dioses, la vida por seguir adelante, como un río crecido por el ojo de una aguja. Hasta de noche cerrada sigue el calor, las estrellas despiden mosquitos, bebo ácidas gaseosas y sigo con sed; luna y cine, fantasmas y un viejo fondeadero agobiante. Verina, la vida nos volvió yermos, también los cielos del Atica y los intelectuales que trepan por su propia cabeza y los paisajes que terminaron por adoptar extrañas poses a causa del hambre y la sequía, como los jóvenes que con toda su alma se han empeñado en llevar monóculo, como esas muchachas, girasoles que entornan su corola por semejarse a lirios. Discurren despacio mis días; mis propios días transcurren entre relojes y llevan a remolque el minutero. Recuerda cuando esquivábamos jadeantes las callejas para que no nos destriparan los faros de los coches. Pensar en el mundo de fuera nos cercaba y aprisionaba como una red y huíamos con un cuchillo escondido dentro de nosotros mientras decías "Harmodio y Aristogitón". Inclina la cabeza para verte, mas aunque te viera buscaría contemplarte más allá. ¿Qué vale un hombre, qué quiere y cómo va a justificar su existencia el día del juicio final? ¡Ay! si me hallara a toda vela en el Océano Pacífico a solas con la mar y con el viento solo y sin radio ni fuerza para luchar contra los elementos. HOMBRE Nos decían: cuando estén sometidos vencerán. Fuimos sometidos y encontramos la ceniza. Nos decían: cuando amen vencerán. Amamos y encontramos la ceniza. Nos decían: cuando renuncien a su vida vencerán. Renunciamos a nuestra vida y encontramos la ceniza... Encontramos la ceniza. Falta que volvamos a encontrar nuestra vida, ahora que ya no tenemos nada. Imagino que aquel que vuelva a hallar la vida, pese a papeles, a tantas sensaciones, tantas luchas y tantas doctrinas, será alguien como nosotros, solo que un poco más duro de memoria. Nosotros, imposible, aún recordamos lo que hemos dado. Aquél recordará tan sólo cuánto ganó por cada ofrenda suya. ¿Qué puede recordar una llama? Si recuerda un poco menos de lo preciso, se apaga; si recuerda un poco más de lo preciso, se apaga. ¡Ojalá pudiera enseñarnos, mientras arde, a recordar con precisión! Yo he terminado; si al menos hubiera otro que empezara donde yo he terminado. Hay momentos en que tengo la impresión de haber llegado al límite, de que todo está en su sitio, dispuesto a cantar al unísono. La máquina a punto de arrancar. Puedo, desde luego, imaginarla en movimiento, viva, como algo insospechadamente nuevo. Pero hay algo más: un obstáculo ínfimo, un grano de arena que mengua, mengua sin ser capaz de reducirse a la nada. No sé qué tengo qué decir o qué tengo que hacer. Este obstáculo se me presenta a veces como un nudo de llanto hundido en alguna articulación de la orquesta que la mantendrá muda hasta deshacerse. Y tengo la onerosa sensación de que toda la vida que me queda no bastará para disolver esa gota dentro de mi alma. Y me persigue la idea de que, si me quemasen vivo, ese obstinado instante sería el último en desaparecer.
(Fragmento)
RAVEN Años como alas. ¿Qué recuerda el cuerpo inmóvil? ¿Qué recuerdan los muertos en las raíces de los árboles? Tenían tus manos el color de la manzana madura. Y esta que siempre vuelve, esta voz baja. Los navegantes miran la vela y las estrellas escuchan el viento, escuchan, más allá del viento, otro mar como una concha cerrada cerca de ellos, no escuchan nada más, no buscan entre las sombras de los cipreses un rostro perdido, una moneda, no se preguntan al ver un cuervo en una rama seca qué recuerda. Inmóvil queda ese cuervo posado en lo alto de mis horas como el alma de una estatua sin mirada. En ese pájaro han ido a juntarse multitudes, miles de seres olvidados, arrugas extinguidas, abrazos deshechos y sonrisas inconclusas, tareas interrumpidas, calladas estaciones, un pesado sopor de lloviznas de oro. Inmóvil queda. Contempla mis horas ¿qué recuerda? Tienes tantas heridas las gentes que no vemos, sufrimientos en suspenso a la espera del Juicio Final, humildes anhelos pegados al suelo, niños asesinados y mujeres hastiadas al alba. Tal vez graviten en una rama seca, tal vez graviten en las raíces del árbol amarillo, sobre los hombros de otras gentes, rostros insólitos que hundidos en la tierra no osan tocar una sola gota de agua. Tal vez no reposen en parte alguna. Tenían tus manos un peso como si estuvieran dentro del agua, dentro de las grutas del mar, un peso liviano sin pesares, con ese gesto con el que rechazamos un mal pensamiento, encalmando la mar hasta el horizonte, hasta las islas. Pesada se vuelve la llanura tras la lluvia. ¿Qué recuerda la llama negra detenida en el cielo gris hincada entre el hombre y su recuerdo, entre la herida y la mano a la que hirió una lanza negra? Se ensombrece empapada de lluvia la llanura, cesa el viento, no basta el propio aliento, ¿quién podría mudar el viento de lugar? Dentro del recuerdo, un vacío _un corazón asustado_ dentro de las sombras que luchan por volver a ser hombre o mujer, dentro del sueño y de la muerte: una vida estancada. Tenían tus manos siempre un gesto hacia la mar dormida acariciando el ensueño que despacio hacía elevarse a la araña dorada que en medio del sol soportaba la multitud de constelaciones cuando los párpados entornados, las alas plegadas... De Cuadernos de ejercicios, I PIAZZA SAN NICOLÓ Longtemps je me suis couché de bonne heure la casa está llena de rejas y recelo si se observan con atención sus ángulos oscuros. "Durante mucho tiempo me acosté temprano" susurra "Miraba los iconos de Hilas y la Magdalena antes de dar las buenas noches, miraba el candelabro de luz blanca, el brillo de los metales y dejaba con pena las últimas voces del día." La casa, si se mira con atención por el viejo artesonado, despierta con las pisadas de la madre en los peldaños, con sus manos arreglando las colchas o preparando el mosquitero, con sus labios que apagan la llama de la vela. Todas estas son viejas historias que no interesan ya a nadie hicimos un hato con nuestro corazón y hemos crecido. El rocío de la montaña nunca baja más allá del campanario que cuenta en su monólogo las horas y al que se mira cuando llega por la tarde a nuestro patio la tía Daria Dimietrovna, de nacida Trofímovich. El rocío de la montaña no roza jamás la mano vigorosa de San Nicolás ni al boticario que mira entre una redoma roja y otra verde como un paquebote petrificado. Para encontrar el rocío de la montaña hay que subir más alto que el campanario y de la mano de San Nicolás, unos 70 y 80 metros, no es mucho. Solamente allí susurras, como si te acostaras temprano y en la placidez de sueño se diluyera la amargura de la separación, no muchas palabras, dos o tres tan solo y eso basta, como las aguas corren sin miedo a detenerse susurras entonces apoyando la cabeza en el hombro de un amigo como si no hubieras crecido en la casa silenciosa de rostros agobiantes y que hicieron de nosotros torpes extraños. Solamente allí, un poco más arriba del campanario, cambia tu vida. No es gran cosa subir, más difícil es cambiar cuando la casa está dentro de la iglesia roqueña y tu corazón dentro de la casa sombría y todas las puertas cerradas por la gran mano de San Nicolás.
EMPEÑO DE OLVIDO
Detén tu paso, caminante, frente al lago sereno:
la mar rizada y los barcos atormentados,
los caminos que envolvían montañas y engendraban estrellas,
todo acaba aquí en esta dilatada superficie.
Ahora puedes contemplar en la calma los cisnes:
míralos, son inmaculados como el sueño de la noche,
sin el menor roce se deslizan sobre una tenue lámina
que apenas los alza sobre las aguas.

Se parecen a ti, forastero, las alas apacibles, las comprendes
mientras te observan petrificadas las miradas de los leones.
y la hoja del árbol no se inscribe en los cielos,
la pluma ha perforado el muro de la cárcel.
No eran otras, sin embargo, las aves que las mozas de la aldea degollaron,
la sangre enrojecía la leche sobre el empedrado del camino
y sus caballos silenciosos como plomo fundido
dejaban caer formas impenetrables en los pilones.
Ceñía sin cesar la noche la curva de sus cuellos
que no cantaban pues no era modo de morir,
pero sí que golpeaba a ciegas segando los huesos de los hombres.
Las alas aventaban el espanto.
Todo sucedía en la misma calma que estás viendo:
en la misma calma porque no había un alma de más en qué pensar,
salvo la energía para trazar unos pocos trazos en las rocas
que ahora tocaban ya el fondo del recuerdo.
Con ellos también nosotros, lejos, muy lejos, detén tu paso, caminante,
ante el lago sereno de cisnes inmaculado
que navegan como guiñapos blancos en tu imaginación
y te despiertan vivencias que no recuerdas.
Ni siquiera recuerdas al leerlos los signos que dejamos en las rocas.
Mientras, permaneces extasiado al lado de tu rebaño
que engrosa tu cuerpo con su lana
ahora que percibes en tus venas un grito de holocausto.
De Diario de a bordo I
POSDATA
Tienen ojos blancos sin pestañas
y brazos gráciles como cañas.

Con ellos no, Señor. He conocido
la voz de los niños al amanecer
rodar con alegría por las verdes
laderas como abejas y como
mariposas, con tantos colores.
Con ellos no, Señor. Su voz
no sabe ya de aquellos labios.
Está allí, pegada a unos dientes amarillos.
Es tuyo el mar y el viento
con una estrella suspendida en el firmamento,
Señor, no sabemos que somos lo que podemos ser,
curando nuestras llagas con las yerbas
que hayamos en las verdes laderas,
no en otras, sino en éstas que hay junto a nosotros;
no sabemos que respiramos como podemos respirar
con una plegaria cada mañana
que alcanza la orilla navegando
por los abismos del recuerdo.
Con ellos no, Señor. Hágase tu voluntad de otra manera.
ESTRATIS EL MARINERO ENTRE LOS AGAPANTOS
No hay asfódelos, ni violetas, ni jacintos
¿cómo hablar con los muertos?
Los muertos sólo saben el lenguaje de las flores,
por eso callan,
viajan y callan, aguantan y callan
en el reino de los sueños.
Si me pongo a cantar acabaré gritando
y si grito
los agapantos me mandan callar
levantando una manita de azul infantil de Arabia
o incluso las palmas de una oca en el aire.

Es duro y difícil. No me basta con los vivos;
primero, porque no hablan y luego
porque he de preguntar a los muertos
si quiero avanzar más.
De otro modo es imposible, apenas me toma el sueño
los compañeros cortan los cordeles de plata
y el odre de los vientos se vacía, vuelvo a llenarlo y se vacía.
Me despierto
como el pez rojo nadando
en los intervalos del relámpago.
El viento, el aguacero, los cuerpos humanos,
los agapantos clavados como flechas del destino
en la tierra sedienta sacudidos por espasmos
parecen ir cargados en una decrépita carreta
renqueante por caminos de viejo pavimento destrozado,
los agapantos, asfódelos de los negros:
¿cómo iniciarme en esta religión?
Lo primero que creó Dios es el amor
viene luego la sangre
y la sed de sangre
a la que la simiente del cuerpo
aguijonea como sal.
Lo primero que creó Dios es el largo viaje:
aquella casa que aguarda
con un humo celeste
con un perro envejecido
en espera del rertono para morir.
Pero necesito que los muertos me enseñen el camino;
son los agapantos quienes los mantienen en silencio
con los abismos del mar o el agua en un vaso.
UN VIEJO A LA ORILLA DEL RÍO

Hay que considerar sobre todo cómo avanzamos.
Sentir no basta, ni pensar ni moverse
ni arriesgar el cuerpo en la vieja barbacana
cuando el aceite hirviendo y el plomo derretido chorrean por los muros.
Hay que considerar sobre todo por dónde avanzamos,
no como quieren nuestro dolor y nuestros hijos hambrientos
o la sima del grito de los compañeros desde la otra orilla,
ni como lo susurra la luz mortecina del hospital improvisado,
la luminosidad de botiquín sobre la cabecera del muchacho
recién operado al mediodía,
sino en cierto modo de otra forma, diría quizá como
el largo río que nace de los grandes lagos encerrados
en el fondo de África
que antaño fue un Dios y luego camino, don, juez y delta,
que nunca es el mismo, como enseñaban los antiguos sabios y sin embargo siempre es el mismo cuerpo, el mismo lecho
y el mismo Símbolo,
la misma orientación.
Quiero solo hablar con sencillez, que se me dé esta gracia.
Y es que hemos cargado de tanta música nuestra canción
que poco a poco se va a pique
y hemos recargado tanto nuestro arte que los oropeles
acabaron por devorar su rostro.
Ya es tiempo que digamos lo poco que tenemos que decir
pues mañana nuestra alma se hace a la vela.
Si el sufrir es humano, no somos hombres solo para sufrir.
Por eso pienso tanto estos días en el gran río,
esta entelequia que avanza entre la hierba y vegetación,
y ganado que pace y sacia su sed y hombres que siembran y cosechan
y tumbas gigantescas y necrópolis humildes.
Esta corriente sigue su camino y no difiere tanto
de la sangre de los hombres
y de sus miradas cuando contemplan, sin miedo en
sus corazones, el horizonte,
sin la zozobra cotidiana por las cosas insignificantes
o incluso por las grandes,
cuando miran al horizonte como el caminante avezado a
medir su camino con las estrellas,
no como nosotros, mirando el otro día el jardín encerrado
en la casa árabe dormida
tras las celosías, el fresco jardincillo mudaba de forma,
crecía y disminuía,
cambiando según nuestra mirada hasta nosotros, la forma de nuestro deseo y nuestro corazón,
en la brizna del mediodía, nosotros, la masa dócil de
un mundo que nos persigue y nos moldea,
atrapados en las compactas mallas de una vida que estaba
intacta y se redujo a cenizas y se hundió en la arena
dejando tras de ella solo aquel balanceo sin fin de una esbelta palmera que nos aturdió.

EL VOLUPTUOSO ELPENOR

Ayer lo he visto detenerse ante mi puerta
al pie de mi ventana; serían quizá
las siete; con él estaba una mujer.
Tenía el aspecto de Elpenor antes de caer
y matarse, pero no estaba borracho.
Hablaba muy deprisa y ella
miraba ausente los gramófonos;
le interrumpía momentáneamente para decir una frase
y luego se ponía a mirar con ansia
adonde freían el pescado, como una gata.
Él, con una colilla apagada en los labios, susurraba:

-"Escucha esto. Bajo la luna
las estatuas a veces se cimbrean como la caña
entre frutos vivientes _las estatuas;
y la llama se vuelve adelfa fresca,
la llama que abrasa al hombre, me refiero".
-"Esa luz.... sombra de la noche..."
-"Quizá la noche que se ha abierto, granada celestial,
oscuro regazo, inundándote de estrellas
al fragmentar el tiempo.
Sin embargo las estatuas
a veces se cimbrean , partiendo en dos
el deseo como un durazno; y la llama
se vuelve beso en los miembros y sollozo,
después húmeda hoja que arrastra el viento;
se cimbrean, se vuelven ligeras, con un peso humano.
No lo olvides".
_"Las estatuas están en el museo".
-"No, te persiguen, ¿no lo ves?
te persiguen con sus miembros amputados,
con su rostro extraño que no has reconocido
y sin embargo conoces.
Como cuando al final de la juventud amas
a una mujer aún hermosa
y, mientras la posees desnuda a mediodía,
temes el recuerdo que despierta en el abrazo,
temes que te traicione el beso
en otros lechos ya pasados de los que ahora
podría surgir un sortilegio
tan fácilmente, tan fácilmente y suscitar
fantasmas en el espejo, cuerpos que fueron un tiempo su placer.
Como cuando al volver de tierra extraña abres por azar
un viejo arcón cerrado desde hace mucho
y encuentras los jirones de ropa que llevaste
en horas felices, en fiestas rebosantes de luz
y de color, reflejos que del todo se apagaron
de los que solo queda el aroma de la ausencia
de un rostro joven. En realidad, no son esos
los despojos: la ruina eres tú.
Te persiguen con una extraña virginidad
en casa, en la oficina, en las recepciones
de gente importante, en el miedo inconfesable del sueño.
Hablan de incidencias que hubieras querido inexistentes
o que ocurrieran años después de tu muerte,
algo difícil porque..."
-"Las estatuas están en el museo.

Buenas noches".
EL NAUFRAGIO DEL ZORZAL
(La Luz)
Con el paso de los años
aumentan los jueces que te condenan;
con el paso de los años conversas con menos voces,
miras el sol con otros ojos;
sabes que aquellos que quedaron jugaban contigo,
delirio de la carne, danza arrebatadora
que culmina en desnudez.
Igual que brillaban de improviso en la noche, al volver
por el camino desierto, los ojos de un animal
y al instante desaparecen, así sientes tus ojos.
Miras al sol para hundirte luego en la tiniebla.
La túnica doria,
con la orografía de pligues que suscita el tacto de tus dedos,
es una estatua bañada de luz pero con la cabeza en tinieblas.
Y a aquellos que dejaron la palestra para empuñar los arcos
e hirieron al voluntarioso corredor de Maratón
_él vio la pista anegada de sangre
y marchitarse los jardines de la victoria_
los estás viendo en el sol, detrás del sol.
Y los muchachos que desde el bauprés se zambullían
todavía caen como husos en un continuo hilar,
cuerpos desnudos hundiéndose en la luz negra
con una moneda entre los dientes, aún siguen nadando
mientras con agujas de oro el sol remienda
velámenes, húmedos maderos y colores de mar abierto;
todavía ahora bajan oblicuos
hacia las piedras del fondo,
lecitos blancos.
Luz angelical y negra,
risa del oleaje en los caminos de la mar,
risa con llanto,
el anciano suplicante te contempla
presto a franquear los umbrales invisibles,
reflejada en su propia sangre
que engendró a Eteocles y Polinices.
Día angelical y negro,
el gusto acre de la mujer que envenena al prisionero
surge de las olas, rama jugosa recamada de gotas.
Canta, pequeña Antígona, canta, canta...
no te hablo del pasado, hablo del amor:
adereza tu cabello con las espinas del sol,
muchacha taciturna.
El corazón de Escorpio ha declinado,
el tirano que habita en el hombre ha huido
y todas las hijas del mar, Nereidas, Greas
acuden al destello de Anadiomene:
mañana amará quien nunca amó,
a plena luz;
y tú te encuentras
en una casa amplia con muchas ventanas abiertas,
corriendo de alcoba en alcoba, sin saber adonde mirar primero,
porque huirán los pinos, el reflejo de los montes
y el gorjeo de los pájaros,
el mar, vidrio molido,
se vaciará al soplo de Bóreas y Noto,
se vaciarán de luz tus ojos
como callan de golpe y a un tiempo las cigarras.
De Diario de a bordo II

SOBRE UN RAYO DE SOL INVERNAL
VII

La llama cura a la llama
no con un goteo de instantes
sino con un súbito fulgor;
como la pasión que se funde con otra pasión
y perduran clavadas
o, como una melodía que quedara
allí, en el centro, como una estatua

inconmovible.

No es descanso este respiro
sino timón de un rayo.




SOLSTICIO DE VERANO
VIII
El papel en blanco rígido espejo
solo devuelve lo que eres.
El papel en blanco habla con tu voz,
tu propia voz
no con la que te agrada;
tu música es la vida
esa que has derrochado.
Es posible, si quieres, recuperarla
si te aferras a eso tan diferente
que te echa para atrás
allí donde te pones en camino.
Has viajado, has visto muchas lunas, muchos soles,
has tocado muertos y vivos
has sentido el dolor del muchacho
y el gemido de la mujer
la amargura del níño aún no maduro:
lo que has sentido sin fundamento se derrumba
si no confías en este vacío.
Tal vez halles allí lo que creías perdido:
el brote de la juventud, la zozobra certera de la edad.

Tu vida es lo que has dado
ese vacío es lo que has dado
un papel en blanco.





IX
Hablabas de cosas que no veían
y ellos se reían.

Remar pese a todo aguas arriba
por el río en sombras;
andar un camino ignoto
a ciegas, tercamente
y buscar palabras enraizadas
como la raíz tupida del olivo_
déjalos reír.
Desear también que el otro mundo pueble
la sofocante soledad presente
en este presente aniquilado_
déjalos.
La brisa del mar y el rocío de la aurora
existen sin que nadio se lo pida.

De Tres Poemas Secretos





NOTAS PARA UN POEMA
II

Aunque cante entre esqueletos
y almas que consumieron su aceite
a solas estoy en el claustro desierto
de un monasterio de tiempos de los turcos
viendo cómo maduran las campanas inmóviles.







La nieve aquí no se termina. En el Ática
se la recibe como una pausa relajante
o como un recogimiento que presagia la flor de los almendros
o como al telón de Caraguiosis cuando para la música.
La gente se alegra, sale al campo y se olvida de la pobreza.
La nieve aquí es el cero.
Miles bajo cero
con el destello de la arena blanca
rostros sin mejillas, sin forma, los ojos al acecho
sin tierra bendita.
No me atrevería a hablar de preces, pero en ocasiones
degüellan por sacrificio un cordero;
la sangre salpica como una cegadora explosión de sol.
Instantes en que todo se va y cada ruido
parece oírse por vez primera; da la impresión de caer
en una mano de piedra o de madera.
Así transcurren los hombres engendrando estatuas.

De Cuaderno de ejercicios II







Si tocas la lira
tus dedos sangran.
Dios no lo quiere.
Mejor duérmete
a su sombra.
Quizá un sueño
desgajado
acuda en tu consuelo.
Fíjate sin embargo
cómo tiendes tus trampas.
Si los peces vuelan
no te despiertes,
piensa que son
peces voladores
o las alas de tus cuitas.


De Caligramas
YORGOS SEFERIS (Esmirna, 1900-1971): Publicó, entre otros libros, los poemarios Mythistorima, Cuaderno de Ejercicios I y II, Diario de a Bordo I, II y III y El Zorzal. Ganó el Premio Nobel de Literatura el año 1963.

abril 26, 2010

2. ANISH KAPOOR


Mother as a Mountain, 1985
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White Sand Red Millet Many Flowers, 1982
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Flesh, 1992
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.
.
Yellow
Untitled, 1995
Turning the World Inside Out II, 1995
At the Edge of the World, 1998
My Red Homeland, 2003
Oval Transposed Through 90 Degrees, 2004
Cloud Gate, 2004
Subway Station, Monte San Angelo, Nápoles, 2002-2004
The Origin of the World, 2004
Kissing Bridge, 2004-2005
To Divide, 2006
Sky Mirror, 2006
Spire and Chasm, 2006
Sea Mirror, 2006
Inwendig Volle Figure, 2006
Marsupial, 2006
C-Curve, 2007 ANISH KAPOOR (Bombay, 1954): Sus trabajos se exponen en los principales museos de arte moderno y contemporáneo en el mundo, como por ejemplo el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Tate Modern de Londres, o el Museo Guggenheim de Bilbao.
*Para ver más imágenes de obras del artista pueden visitar la página web http://www.anishkapoor.com/

marzo 25, 2010

1. ROMY SORDÓMEZ PATIÑO


Si hubiese nacido a las 15:00 horas
del segundo jueves de junio del año 37
sería un jazzista negro con saxofón en mano
tocando en los honky tonks de New Orleans; no levantaría la ceja derecha cuando soplo
ni tocaría la cítara a medianoche cuando no te veo llegar,
no sufriría de tourette
ni asistiría al psiquiatra dos veces por semana,
no fumaría una cajetilla de cigarros a diario
ni rechazaría a los perros por temor a que orinen encima de mí.
Pero lamentablemente,
resulta ser que no soy nada de lo que hubiese sido
de haber nacido en la fecha apropiada.
Y aunque no soy negro
ni saxofonista
ni conozco New Orleans,
a la mañana siguiente
nuevamente pensaré en lo que no he sido
por no haber nacido el segundo jueves del año 37;
resignándome a haber nacido el día de la salamandra
que pocas veces cae jueves
y que a las 15:00 horas
me recuerda a un jazzista negro con saxofón en mano
tocando en los honky tonks de New Orleans.
(1)
VUELTA ALREDEDOR DEL PARQUE
Dime en qué piensas cuando coges la bicicleta
y das la vuelta alrededor del parque,
cuando te persiguen los automóviles
con faros rotos
y por ahí aparece el del hombre
que murió ahogado.
Dime en qué piensas cuando nadas
y te sumerges hasta el fondo del mar;
si deseas ya no pensar
sino voltear la esquina,
detenerte, tomar un agua cielo
y seguir dando vueltas alrededor del parque.
Dime por qué detienes la mirada en el anciano filatelista
que pasea de la mano con su enfermera,
en la pareja que sentada en una banca se acaricia
frenéticamente,
en el perro que orina sobre el poste de luz.
Dime por qué te detienes
y en cada vuelta alrededor del parque ya no los reconoces; y aunque escuches decir
que no hay nada más aburrido que dar vueltas alrededor
del parque,
piensas en lo que piensas a la hora de introducirte al
mar,
en que mañana tendrás que sacar la basura,
recoger a los niños de la escuela,
buscar el lugar y el momento preciso para amar...
Y tú sin darte cuenta,
mientras haces todas esas cosas,
desearás recuperar la ansiosa necesidad de dar la vuelta
alrededor del parque,
porque en el momento en que piensas en todo aquello
te impides sentir el viento acariciar tu rostro, tus manos, tu espalda;
a la vez que te impides sentir el agua,
cuyas gotas brotan de tu cuerpo como pequeñas esferas de sal;
porque cuando coges la bicicleta y das la vuelta alrededor
del parque
esperas que una ola te tumbe y te deje varado en la orilla
en una tarde azul.
(1)
La madeja de lana roja se extiende sobre el piso / alcanza a tocar los pies de la abuela / la recoge / corta un pedazo con sus manos huesudas / lo anuda uniendo ambos lados / comienza a jugar con el trozo / sus manos se agitan temblorosamente / rápidamente / De repente un ruido azota la casa / algo que pudiera parecer un golpe se desata / el niño ha comenzado a llorar / la madre azarosamente se acerca a la criatura / la levanta de la cuna / la acaricia / pone cara de boba / algunas muecas / Entonces desabotona su blusa / saca una teta enorme / se la enseña / el niño la toma entre sus labios / comienza a lactar / La abuela mira a la madre / rescata la madeja de su falda / al percatarse de su mirada se abochorna / aparta al niño de su pecho / A un lado la niña, que había observado el incidente, no aparta su mirada de la abuela / Ella, por su parte, deja caer la madeja de lana roja de su falda / que por suerte cae al piso.
(1)
CAPICÚA

Mi madre me dijo que vendrías
cuando creciera la yerba
en temporada de invierno,
que buscase el color del cielo al atardecer
cuando el céfiro anduviera perdido
bajo las miradas licenciosas de las pecadoras.
Vendrás en el año perfecto,
porque bajo el signo de la ambivalencia nacerás;
pariré
en un día de lluvia,
y ante los ojos curiosos
serás macho y serás hembra.
No importará realmente si decides llorar para mí
o si decides no sonreír ante mi desesperada cara boba,
pues sabrás con sabia inteligencia
disculpar mis torpes movimientos.
De mi parte,
además de recoger cada diente que pierdas
en el camino,
cubriré mis ojos y mi cuerpo de impecable desnudez
ante lo que para otros pudiera resultar causal
de espanto,
tu suave murmullo encantado,
cría de invierno capicúa,
lameré hasta el cansancio
tu indomable cuerpo indeciso.
(1)
PARA HACER UN POEMA
En el nombre del padre,
o del hijo,
o del hijo que no tiene padre,
o del padre que no tiene hijo,
quienquiera que le estas palabras
sabrá que soy el que las dispone,
esperando que alguien comprenda
que palabras escritas sobre papel
no hacen un poema
y que, sin embargo,
se torna tan serio a medida que avanza,
como si la muerte fuera un tema serio,
como si los 107 pasos que separan al condenado a muerte
de la horca fuera cierto,
como si el pequeño dios que se halla a su lado
le proporcionara agua en un pedazo de algodón
y bebiera cada gota difusa con sabor a níspero,
como si el preso tuviera que dormir al lado de su letrina sin oír más que el sonido del agua después de jalar la
palanca. Y así,
un etcétera interminable que no vale la pena mencionar
para hacer un poema.
(1)
A la hora en que despegue
el ave del polvo
sabré que llegarás
a mis pies desnudos
como la ola
vuelve a la orilla
Sólo por decir
palabra alguna
por soterrar el silencio
despediré a mi madre
y a mi padre (por separado)
con el grito de ambos corifeos
pronunciando mi nombre
reclamando el regreso de mis lunares
Antes de mi muerte
los días pasarán en su eterno recorrido
amando incansablemente
la cicatriz de tu brazo derecho
Sólo por decir
palabra alguna
(2)
TITUBEOS DEL GRILLO
Entienda usted,
después de medianoche
ya no hablo como aquellos,
sino despacio y
titubeando,
en cada puesta de sol,
en cada mañana soleada de abejorros
que yace sobre mi helado cuerpo.
Entienda usted,
hablo despacio y
titubeando
no por temor,
sino esperando
que alguien me arrastre,
asomando hacia la ventana
su mirada
sobre mi viril cuerpo insatisfecho.
Entienda usted,
ya no soy quien teme,
sino que soy aquel
a quien oigo desde su habitación
desperdiciando papel,
sirviendo a sorbos el ron
para no embriagar su espera
mientras se precipita sobre ella
y titubeando,
desespera
y erecta
su osado pie izquierdo. Yo no haría
eso que usted hace,
eso de esperar y contar
cada titubeo del grillo.
Sólo despierte,
acomode la almohada,
e imagínela ebria
tosiendo su nombre,
y piense
de espaldas,
contemplando.
(Inédito)
Un tuerto le dijo a un ciego: Si he de ver, quiero que sea con mi ojo muerto, que recuerda tu mirada y recorre tu cuerpo de hojas granates color de tu lengua cinamón y olor a cebú. Si he de amar, quiero que sea con mi ojo muerto, que traga tierra y fruto de cosecha recién parida, que trae bajo la sombra la paria y la flor de loto. Si he de palpar, quiero que sea con mi ojo muerto, condenado a tu seno yermo, que todo lo ve y nada siente, que repite el vaticinio del agorero al llamarlo sodomita, viejo estéril, un martes por la tarde.
(2)
VACAS NEGRAS EN LA NOCHE Nada pienso Cuando toca mi mano El papel Y aparece el Cangrejo Sonriente Sobre mi mano Y nada pienso A la hora del sexo Ni en amar Tu baba sangrante A la hora de amar Y tengo miedo De la torpeza Con que toco tus pies Tus exagerados ocho pies Cual vacas negras En la noche Rumiando Babeantes Una encima de otra Fundidas y negras Desapareciendo en la obscenidad (2)
IF I SHOULD LOSE YOU
(SI YO TE PERDIERA)
No quisiera solo
ser arena sobre tu estrecha pierna torcida
ni escorpión
bajo la guedeja de tu vientre pulposo
ni gemelo taciturno
de tu incansable boca húmeda.
Debe haber algo más
que la posesión estratégica de los cuerpos
Algo así como
mi madre y mi padre
bailando If i should lose you
(Si yo te perdiera)
detrás de la cortina
de la bañera,
hace veintidós años.
(Inédito)
.
.
.
.
Cuando abras este sobre y empieces a leer esta carta estaré en Vermont con la noche posada sobre mi frente, esperándote durante un tiempo prolongado. Tal vez no te reconozca a primera vista, pero sentiré que eres tú cuando aparezcas con un saxofón en la mano y sonrías mostrándome tus dientes que sobresalen como un grito dentro de tu piel oscura; te daré un abrazo, me dirás que el destino nos tenía trazado este encuentro. Luego iremos a un bar, me contarás que abandonaste a tu mujer y que huiste de New Orleans por haber asesinado a un hombre a quien le debías dinero. Te miraré como mira un padre a su hijo, con resignación y paciencia, te daré un beso en la mejilla para redimirte y luego te irás, como huye la luna por temor a la obscenidad, sin una sola moneda en el bolsillo, con el mismo traje desteñido de hace doce años y una botella de licor barato en la mano. Así, despacio, te irás silbando bajito, intentando no decir obscenidades. (2)
Quién sabe si de la madre de mi madre herede el tamaño y la posición de sus lunares como se hereda el cáncer al seno izquierdo como se hereda la maternidad de dos crías, y herede la sordera de su oído derecho como se hereda la afición por la caza como se hereda el judaísmo, o herede su ceño fruncido como se hereda la temprana edad de la muerte como se hereda el sabor agridulce de la saliva. Quién sabe si para mi deleite o mi fastidio de la madre de mi madre herede un nieto arqueólogo, una nieta poeta, cuya única obsesión sea hablar de la madre de su madre encontrada muerta a los 63 años en su vieja habitación de la calle Owen, o herede tan solo los lunares la sordera el ceño fruncido. (2)
CONVERSACIÓN CON MI PADRE EN ESPERA DE UNA RESPUESTA
Caminando junto a las murallas citadinas,
me pregunto por qué me asalta este temor de caminar entre el tumulto,
por qué bebo licor barato de tus labios, licenciosa noche.
Y solo el silencio iracundo responde
con su silente carcajada irónica.
Piqué la locura y le contagié mi lepra.
Hijo, resume tu vida en tres líneas.
Y eso hice,
Con cierta tristeza por mi suerte:
Apenas 18 años,
estéril,
sin poder amar aunque lo ansíe con locura.
Hijo, no llores,
te perdono.
Y, a manera de consuelo, me dijo:
«La vida es un mamarracho indecente»
Y después de un tiempo,
sonreí.
(Inédito)
II Alrededor de mi cuello se enreda la esperanza del condenado a la horca, el que aspira a la gaviota asesina, el que dispara la mirada piadosa del que ama a cualquiera, el que goza deteniéndose frente a la niña que llora, ebria, sobre la pista, y la abraza sin conocerla, y la ama sin ver su cicatriz. Yo, hombre educado, tanta profanidad leída sobre papel, puedo recordar cada verso que tocaron mis ojos, cada línea que anudó mi garganta, las conversaciones a medianoche, las despedidas desnudas de los que amé bajo la lluvia; pero sobre todo, la saciedad extraña de mi sabio hermano de ojos felinos, quien me enseñó a disfrutar la felicidad en pequeñas cantidades, como el aroma fresco del coñac. (3) (fragmento)
III
A la izquierda del padre, en cuclillas,
entrecruzados los dedos haciendo la señal del incesto, siento el aroma de flores secas esparciéndose alrededor de mi cuello bajo las manos de mujeres que susurrando a mi oído me hacen saber lo hermoso que me veré colgado. El tumulto se agita, repite mi nombre, y siento mi sangre en un recorrido misterioso dentro de mis venas; mi corazón respira libre como jamás lo hizo, mientras los hombres preparan el vino y aderezan el pescado, tal como hicieron la noche que recibieron a mi padre y al padre de mi padre. (3) (fragmento)
IV Mañana mi carne será consumida por Sol, y se hará amarilla como él y me haré rojo como ella, revuelta entre sus sábanas blancas, cuando el sudor domine sus tibios pechos y sus muslos se confundan con la pureza; cuando ella despierte por los malos sueños que desnucan, cierre sus ventanas, enjuague su rostro en el lavabo, creyendo que no escuchó nada allá afuera; y sobresaltada busque abrigo en los brazos de su amada: Ella sabrá que su padre ha muerto. Oirá el chasquido de mis dientes cuando destrocen mi lengua y mis piernas suspendidas en el aire soplen como una cometa sobre el patíbulo; entonces ella volará hacia mí y picoteando mis ojos me despertará. Y la libélula aparecerá palmoteando las tiernas aguas del lavabo. (3) ( fragmento)
Cuando mi corazón late presuroso
no esperes mucho de mí;
de pocos asuntos hablo,
tan solo de la certeza
como esa mirada en la nuca
que te incita a voltear,
y también de la tristeza
como un confuso laberinto
que a veces mi destino olvida.
¿Si ya lo vi todo?
Vi todo lo que quise ver,
la orilla del mar en el que caeré,
el frasco de pastillas que mi mano acostumbra a coger,
la felicidad, las polillas, el viejo candado
y ese pequeño dragón que tu brazo derecho
iracundo me muestra.
(Inédito)
PÁNICO
No me tientes a caminar
debajo del puente.
Solo quiero un poco de sombra
para respirar.
Algo de lluvia
sobre mis gafas.
(Inédito)
POEMA 1 Yo no fumo, pero puedo acostumbrarme como se acostumbra uno a la desesperación y a la desesperanza, y puedo acostumbrarme a las ciudades vacías, al frío helado que abofetea mis mejillas, al té verde después de las comidas, a los ánimos alterados, a las falsas certezas que se repiten reiteradamente en mi tímpano deprimido. Yo no fumo, pero puedo acostumbrarme a los baños públicos, a los horarios rotativos de fin de semana, a los viejos ascensores de un viejo piso madrileño, a los ciclistas y sus bicicletas y sus cascos, a la casa vacía sin tus libros, a los espacios abiertos y a mi claustrofobia, a las ambulancias esperando fuera de casa. Yo no fumo, pero puedo acostumbrarme como se acostumbra uno a los ceniceros debajo de la cama, a tu música odiosa en mi tímpano deprimido, a los desórdenes cuando te alteras, a ese pequeño espacio tuyo para cagar. Todo parecería perfecto si se pensara que hablo de la costumbre de hablar de la costumbre en estos tiempos salvajes; pero no es así. Yo no fumo pero puedo acostumbrarme.
(Inédito)
POEMA 5 Ninguna ciudad es benevolente conmigo, ni los ascensores ni las puertas de cristal ni las persianas ni las grietas en el suelo ni los muebles empotrados ni los retratos en las paredes. Yo de vez en cuando pienso que tanta tortura es buena, y es tan difícil cambiar las malas costumbres que te asombrarías, querido lector; tú que te asombras de unos cuantos versos sin sentido. (Inédito)
*Los números entre paréntesis que figuran al final de los poemas, se refieren al libro correspondiente (cuyas tapas figuran a continuación) en el que fueron publicados dichos textos.
(1) (2) (3)
ROMY SORDÓMEZ PATIÑO, (Lima, 1982), ha publicado los poemarios Vuelta Alrededor del Parque (Sociedad Elefante), Vacas Negras en la Noche (Sarita Cartonera), Présago (Santo Oficio).